lunes, 29 de febrero de 2016

La vida en gris



Vacía la mirada  que te mira, y no te mira.
Que te tienta a preguntar qué herida es la que se sesga.

Quizás ocurrió
que tuviste demasiada prisa por vivir la vida que te tocaba.
Que pasaste por ella sin pena ni gloria.
Que, a duermevela, concadenaste pesadillas
y ahogaste los sollozos
que te molieron a quemarropa.
Que lloraste más que reíste.

Quizás ocurrió
que te casaste con un señor mayor que tú,
ni bueno ni malo, pero conveniente.
Que te quedaste viuda,
lloraste lo justo, pero vestiste de luto,
y te conformaste con ver en la noche
bailar a las luciérnagas tras la ventana.

Quizás ocurrió
Que paseaste por calles de un sólo sentido.
Que no confiaste en tus fuerzas,
y preferiste no hablar demasiado.
Que deambulaste por una existencia vana y aburrida,
de puntillas y desapercibida.

Quizás ocurrió
que te abrazaste a una autocompasión
que a ratos te consumía,
pero a la vez te completaba
y te excusaba de los errores cometidos.
De los propios y los ajenos.

Quizás ocurrió
que nunca pecaste. Que nunca bailaste.
Que rara vez por completo te desnudaste.
Que no te atreviste.
Que te desvaneciste, lentamente,
como el vaho de tu ventana
en un día lluvioso y desangelado.

Quizás ocurrió
que a la llegada de tu muerte
la acogiste impasible, sin escenas de llanto.
Que te marchaste sin última voluntad.
Que te rodearon de flores.
Que te abrumaron de besos.

Y que, a tu último aliento,
Entre rosarios y Padrenuestros,
Llamaste a los años, a voz rota,
entre sordos lamentos,


de los que no te hiciste eco,
pero de los que esperaste algo más…

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