jueves, 28 de enero de 2016

La estrella

Quisiste subir demasiado alto.
Y cuando creíste surcar el cielo
te topaste con una estrella más brillante que tú.

Cuando te conformabas con caminar al menos te alumbraban las farolas...

miércoles, 27 de enero de 2016

Por enésima vez

"Ver para creer", 
dijo el escéptico cuando volvió a enamorarse por enésima vez...

Subtítulos

Tras unos abrazos de menos, y una voces de sobra,
me pareciste tan extraño
que te tuve que subtitular...

jueves, 21 de enero de 2016

Pequeños accidentes




El día que se encontraron, decidieron cambiarse la vida. Tras acallar sus conciencias y sortear a más de una duda inoportuna, sin saber del todo qué camino seguir, se echaron a la calle y simplemente caminaron. Y a mitad de camino, se toparon con un hostal. De paredes adoquinadas, desconchadas y algo mugrientas, se les antojó extrañamente acogedor. Allí estaba. Parecía que les llamara a voces. Que les hubiera estado llamando desde hace una eternidad. La puerta era lo único que se interponía entre ellos y las ganas de tocarse. No se sorprendieron al darse cuenta de la facilidad con la que, sin mediar palabra, se dirigieron al unísono hacia la entrada. Bastó una mirada cómplice para descifrar lo que sus cuerpos estaban intentando decir.

Y cuando quisieron darse cuenta… no estaban juntos, estaban enredados.

Amantes indecentes que decidieron besarse en a la ventana. No estorbaban las miradas de curiosos, ni la tenue luz de Luna. No oían el gemido de un perro callejero. Querían decirse tantas cosas… Pero el tiempo no sobraba cuando sobraban las ganas de manosearse. Sobre el poyete de la ventana se buscaban. No dolían los mordiscos. Sólo dejaban cicatriz. Y, a sabiendas, se marcaban a hierro, sin culpas, sin reproches. No entendían de censuras. El pelo se les enredaba en la boca. El anhelo en la garganta. Las manos avanzaban a su ritmo, ejecutoras, resbaladizas y violentas. Y el sabor salado del sudor los mantenía a fuego fuerte. Pausa, sonrisa a medio gas y las bocas volvieron al sitio donde querían estar.

Llegado el momento… no estaban ansiosos, estaban hambrientos.

Sólo era cuestión de tiempo cruzar la línea. Qué fácil había sido caer en las garras del otro. Qué fácil cuando lo único que pretendían era caer. Mirarse a los ojos y transportarse a otro mundo fue convirtiéndose en rutina. Llegado el momento ni el aire les era suficiente. Todo les recordaba a esas noches que hacían suyas. Pequeños accidentes. Cerraban los ojos y anhelaban envolverse el uno al otro como si no hubiera otra cosa que importara más que ellos y ese preciso momento. Se sentían solos. Como astronauta perdido en el espacio infinito que solo quiere saltar de estrella en estrella.

Conforme el tiempo pasaba, se reclamaban con más frecuencia, sin darse cuenta de que estaban jugando a un juego en el que uno siempre tiene más que perder. Ni que decir tiene que el que suele perder es el otro. Porque no eran luz. No eran bolero. No eran colores en el cielo, ni velas, ni suflés. Políticamente incorrectos. Sin final feliz.

Y al final de la partida… no estaban enamorados, estaban enfermos.


Maldita enfermedad de querer lo que no es tuyo…



Miguitas de pan


Dejaste el rastro de miguitas de pan para que no perdiese el rumbo, 
pero el hambre le pudo, y llegó a casa sin ganas de cenar. 

Y tú con la mesa puesta.

miércoles, 20 de enero de 2016

martes, 19 de enero de 2016

Musas

Musas inquietas, desobedientes,
a ratos juegan al despiste,
a ratos bailan al son del humo de un cigarro.

Fumando espero...

Prisionero

He soñado con escapar. 
Lo he soñado demasiado...

Ponerle voz al viento. 
Dibujar una salida con los dedos 
y jugar a ser "fugado".
Y asomarme al ventanuco, 
tocar los marcos desconchados.

Sobre templada piedra duermo.
A veces sólo hago que duermo,  
y me abrazo a la congoja por no tener más remedio.
Y entre tanto desaliento, 
hasta cuando bostezo, las lágrimas piden paso.
No tienen miramientos.

Y si, sin querer queriendo, 
sueño que soy libre, 
sueño que soy sueño.  
Que soy halcón peregrino, que soy luz, que soy punteo.

Inevitablemente, me vence el sueño.

Pero despierto y, de nuevo, el desvelo.
Cuasi-oscuridad que me ha calado hasta los huesos,
y me deja rota, desmenuzada.
Macerada en polvo. Machacada en mortero.

Si mal no recuerdo,
he soñado con ser liberto,
con que la lluvia me moje, a su ritmo,
y ser aire,
sólo aire...


lunes, 18 de enero de 2016

La mala costumbre


Un día sientes como algo dentro de ti cae al suelo. Irremediablemente. Miras hacia abajo, menos sorprendido de lo normal.

La mala costumbre de fracasar...

Echas la vista atrás y hacia los lados, asegurándote de que nadie haya visto tu torpeza. Con sumo cuidado, lo recoges, lo observas entre tus manos, le quitas la suciedad que ha adquirido por el contacto con el suelo. Lo miras de nuevo y, tras un desganado suspiro... "otra vez no, compañero". 

Te abres el pecho, o al menos lo intentas, pues ya no estás del todo seguro que ese sea el lugar adecuado para tu corazón. Pero por si acaso, y sólo por si acaso, le haces hueco, aprietas con las fuerzas que te quedan tras unos abrazos de menos y unas batallas de más, y lo devuelves al sitio donde un día lo encontraste.

Por un momento barajas la idea de dejarlo en cualquier parte, no importa dónde. Quizás haya quien pueda darle un uso más productivo. Pero de nuevo por si acaso, y sólo por si acaso, imaginas a alguien quiera remendarlo contigo. Aquel que no busque tan sólo una cama desecha. Que quiera caminar descalzo cualquier día de enero. Que te saque a bailar a un son desafinado. Que desafine contigo en la ducha. Porque tú te mueres por hacerlo. Por dejar que las heladas y las palabras en mitad de un beso te calen hasta los huesos. Que te atrape, te sobresalte, te trastorne y a la vez te conmueva. 

Y automáticamente, sin preaviso, tu imaginación echa a correr.

La mala costumbre de delirar...

¡Qué fácil a veces soñar con los ojos abiertos! El aire te resulta menos pesado. La Luna ya no llora por encontrarse fuera de lugar entre tanta estrella presumida. Las lágrimas siempre van seguidas de carcajadas. Una risa tonta ya no es tan tonta. Y el tonto y la tonta felices entre tanta tontería... Y te deshaces de todos los relojes del mundo por no ver cómo el tiempo vuela sin motor. La voz que muda se queda ante quien le deja sin palabras. La piel que mudas porque nada estorbe entre dos cuerpos despreocupados. Eres viento coloreado, final feliz anunciado. En mitad del salón, un picnic improvisado. Pausa entre suspiros, baladas sin prisa, prisas sin pausa. Antojo de todo. Ebrio de arrumacos.

Pero una vez más, y sólo por si acaso, cierras la cremallera. Primero la del pecho, después la de la chaqueta, con seguro, contraseña y pestillo. Y prosigues un camino sin aire liviano, sin Luna feliz, sin relojes sin manillas. Con piel, ropa y chaleco anti-arrebatos. Con pies de plomo, plomera y balas de más. Antojo de nada. Ebrio de añoranza por aquello que hace tiempo no has podido añorar.

Echas la vista atrás y hacia los lados, asegurándote de que nadie te haya visto soñar.

Esa mala costumbre de soñar...





Consuelo de aquellos que no saben conformarse con simplemente caminar, ni quieren, ni querrán, y prefieren vivir abalanzándose sobre cada momento, mordiendo cada gota de lluvia, pisando cada piedra y cantando cada verso, con el único propósito de imaginar su propio mundo mejor.

Inspírate. 







El cartero

A un grande de entre los grandes:


Mirada al frente.
Un ojo abierto. Otro soñando.
No durmiendo. Sólo soñando.
Y la noche cayó 
sobre su lecho de rosas rojas y tristes.

Un mal movimiento.
Un mal momento.
Siempre es un mal momento, 
pero la muerte siempre llega sin avisar,
siempre camina sin presumir.

Porque el cartero es el único que llama dos veces,
porque la misiva llegó demasiado pronto.
Y el coche volcó.

No supo cuántas vueltas dio.
Sólo sabía que le dolía la cabeza.
Sólo quería dormir.

Sabía que no era la hora.
Quería que no fuera su hora.
Pero un ojo se durmió
y el otro siguió soñando.

Las estrellas gritaron,
la Luna lloró de pena.
Su pelo dorado se le enredó en la boca,
y la voz en su garganta.

Un cristal le besó la mejilla,
y el retrovisor le cantó una nana
para ahuyentar al dolor.

Llegado el momento sólo quiso dormir...

Hojas de mora





- ¿Eso son hojas de mora?
- No lo sé, nunca he tenido gusanos de seda.

- Siempre creía que no se podía ser niño sin gusanos de seda.

- Yo nunca fui niño.

- ¿Por qué sonríes?

- No sonrío. Es el viento que me hace cosquillas en los labios.

- Ahora eres tú el que sonríe.

  (Piensa... ¿por qué llora y ríe a la vez?)
- Te estoy imitando.
- Si me imitaras no intentarías secarte las lágrimas, y menos con tan pésimo disimulo.
- No lloro, es el viento.
- Échale la culpa al viento...
- Tú se la echaste primero.
- Al final va a ser cierto que me estás imitando.

- ¿Sabías que el mundo es en blanco y negro?

- Entonces, ¿de qué color son las hojas de mora?
- No lo sé, nunca he tenido gusanos de seda.



La Pluma Negra




... Cándida hoja en blanco,

tendida sobre fría noche de cristal,
teñida de estrellas,
lujuriosa mancha de luna y sangre.



Cúmulo de nubes cargadas de fuego,

escondidas tras fritos ahogados en ceniza y lava.
Armadura forjada en oro y muerte,
espada truncada, olor a amargo.



Y en el centro de mi universo... una pluma,

brillante pluma negra,
creadora de las peores pesadillas.



Deslizante como el hielo sobre mi pálida alma,

triviales palabras de amor mezcladas en tinta,
en donde su valor no vale nada.



Holocausto, rojo amanecer.

Dulce niebla entrelazada con siniestros versos,
versos escritos 
en tinta negra, en rojo fuego.



La pluma negra, incansable escritora

de cuentos de hadas,
de historias interminables,
de poemas indescriptibles,
de secretos inconfesables.



Letras negras, borrosas letras negras

que abrasan mis pupilas.
Letras grabadas en llamas
que hielan mi corazón.



Mis manos hierven en heridas de guerra,

guerra entre el papel y la pluma.
Pluma negra,
ladrona de sonrisas en la madrugada,
teje sin descanso
el curso de purpúreos ríos
infestados de canciones de amor.



La pluma negra, peinada en horquillas de plata,

asfixiada por mi aroma a miedo.
Perdida en el laberinto de metáforas y alegorías,
de hipérboles y antítesis.



Un manto de papeles arrugados

nadan por el sombrío rastro de la pluma negra.
Pluma vieja, carcomida.
Eternamente oscura...

10 de agosto de 2004



Primeras Líneas

Primeras y muy esperadas... Pues hace ya largo tiempo que me rondaba por la cabeza la idea de dejar mi rastro en alguna parte, además de en mis folios, repletos de tachones, anotaciones, sobados y resobados, rebosantes de palabrejas que, de cuando en cuando, toman vida. Humildemente comienzo con vosotros esta andadura, la cual comienzo con muchas ganas, a la que iré dando forma, a ratos bolígrafo en mano, a ratos dedos en el teclado, pues las musas, caprichosas, se presentan a su antojo. Debido al quehacer diario, y otras muchas causas que no alcanzo a enumerar (ni creo que puedan ser de interés) reconozco pesarosa haber dejado a un lado esta afición, que por ser afición, un día se convirtió en necesidad. La añoranza de la libertad que causa escupir palabras y, sin saber bien cómo, darles forma. Ese deseo ansioso de bajarse del mundo por un momento y dejar volar libre la imaginación. La frustración de leer y releer algo "y pico mil veces", arrugar el papel, y volver a empezar. La satisfacción de parir un párrafo, verso o simple chascarrillo. Tenerlo entre tus manos y pensar que es mío y sólo mío. Y la decisión de poder hacerlo de muchas más personas.

No voy a cortar la cinta inaugural con un bonito soneto, ni con una demasiada recurrida frase famosa de cualquier escritor, sino con uno de mis primeros poemas. No métrica, no rima, no reglas. Allá por el 2004 escribí La Pluma Negra, poema con el cuál gané un modesto concurso de pueblo, y del cuál me siento muy orgullosa. Haciendo referencia al actualmente muy utilizado en redes sociales "sin filtro", os lo muestro tal cuál, sin correcciones ni mejoras.

Comenzamos...