Tu vida entera no me ha sido suficiente para
quererte como quería. No sé si como debía, pero que se caiga el cielo si no es
cierto, que quise quererte. Mas el desánimo llegó y en mí se hizo carne. Y
ahora, estas páginas no me alcanzan para dar marcha atrás…
…Por dónde paras, Cronos, para devolverme a
ese momento… A aquellos
días en los que te sentabas al piano, que cansado, por no verte cautiva del abandono,
aposta desentonaba. Pero tú, tan tú, erre que erre, rehacías el camino hasta llegar,
irremediablemente, al punto de no retorno. Y yo, distinto del que un día fui, era
roca maciza…
…Tan egoísta fui, tanto… que ni un minuto me sobró para escucharte. Tus
palabras, siendo franco, casi siempre me sobraban. Me sonabas repetida. Palabras
insulsas que ahora, desolada melodía, me llegan lejanas, para poco a poco
hacerse oír tan fuerte, que ahora…
…Ahora sí eres capaz de quitarme el sueño… Y si, citando a Calderón, la vida es sueño, mi
vida son esbozos de lo que un día fui. Simulacro de amor. Encasquillado en la
disculpa que nunca te supe dar. En esas conversaciones que te merecías. Pero ya
de nada sirve hablar…
…Y si hay que hablar, hablemos de amor… Del amor que me ofrecías sin esperar un beso
de vuelta. Y de besos, por mi parte escasos, que a mitad de camino casi nunca
salían. Hablemos de tus miradas ensoñadoras que yo te pagaba tan baratas, que con
una sonrisa cansada te las devolvía. Y sólo de vez en cuando, pues el otro
tanto me lo pasé en mis cosas. Nunca fueron nuestras. Nunca fui tuyo…
…Nunca quise que fueras mía… Y por ser tan poco mía llegaste a ser
susurro disipado en el aire. Recuerdo (sólo a ratos) las pocas veces que te
agarré de la cintura. Parecía que quisieras que el mundo se detuviera. Y pasado
ese instante…
…ese veloz instante… Me preguntaba si te agarraba porque sí, o
sólo intentaba congelarte. Y tú, pesarosa, enmudecías sin más. Y tan mezquino
fui, tan ruin, tan patán, que no me importaba si dormías, o soñabas con la vida
que te merecías…
…O simplemente hacías que dormías… Y a día de hoy, tan necio soy, que aún no lo
sé. No sé si dormías, o tan sólo llorabas en silencio. Tú, que te morías de
ganas por tener agujetas de reír, y de llorar de la risa, y de jugar a ser
guerreros batallando por conquistar el último confín del mundo. Pero si supe (y
sé) que cuando llorabas, lo hacías a escondidas. Y tú, que siempre quisiste ser
fuerte, elegiste guardarte la congoja y empujarla bien adentro…
…asegurándote de que allí nadie podría oírte… Y ahora no sé si siento miedo, culpa (y
merecida), o añoranza por lo que nunca tuvimos. Y si algún precio he de pagar,
hipotecar a mi conciencia me parece un precio más que razonable…
…razón de más para dedicarte estas palabras… Y por ello te digo lo que pocas veces dije. Que
te quise, de verdad que lo hice. Que rebobino y puedo verte aquel 14 de
febrero, en la fiesta del amor de un bar cualquiera. Que te conocí y se paró el
tiempo. Aquel Seat 133 color mostaza que nos llevó por primera vez a la playa.
Que disfrutaste como una niña viendo como la arena se te escapaba entre los
dedos…
…igual que se te escapó la alegría… Y lo alegre de tu risa. Los novios de la
tarta que parecían querer quedarse quietos, bien juntos, el resto de sus vida.
Recuerdo que cuando te miré, quise ser de cera para no moverme nunca más de tu
lado. Que queríamos ser grande, imparables. Pero sólo uno de los dos lo fue… y no
fui yo…
P.D. No pretende redimirme. No hablo de un amor a
destiempo. No hablo de mí, sino de un amor incombustible e indiscutible.
Marinero guiado por la estrella polar. Porque al final del viaje, fui yo el que
perdí el rumbo.
Me quedó grande el amor…
No hay comentarios:
Publicar un comentario