domingo, 21 de febrero de 2016

(Paréntesis)


No tengo grandes sueños. Y si sueño, lo hago despierta, examino el terreno y me aseguro de llevar paracaídas antes de saltar de un avión en marcha. Prefiero perseguir estrellas más cercanas al suelo que al cielo. Y no importa si no brillan, mientras pueda acapararlas y registrarlas a mi nombre (maldita obsesión de propiedad que me domina).

Tampoco soy de llorar, soy más de “casi ahogarme”. De visualizar el final del túnel (ve hacia a luz…) y, en el último momento, echarme atrás. Hay quien prefiere jugársela a la ruleta rusa, pero yo soy más de morir lentamente (y, a sabiendas, mucho me temo que no será sin sufrimiento). A la muerte esperaré fumando y, entre calada y calada, cauterizaré las llagas. Quedarán estigmas. Y valdrá la pena.

Debe ser por eso que te encontré. No fue un flechazo (en ocasiones has dejado alguna herida, pero nunca de gravedad), ni revolotearon mariposas (aturdidas, casi lelas). Hubo sonrisas tontas, sí, y algún que otro jugueteo con un mechón de pelo, pero desde el primer momento supe que nos tendríamos a medias. Si apuramos, es como sacar el zumo de la mitad de la mitad de una naranja. Pero aun así, sin pensarlo demasiado, me acoplé a tu ritmo, me hice a la velocidad y nos exprimimos rápido, para no perder las vitaminas.

Nos vimos retenidos, (que no detenidos, pues nada pudo detenernos) en la embajada de las noches desveladas. Nos concedieron licencia para pecar (insensatos) y, ni cortos ni perezosos, nos echamos a la calle. Las farolas hicieron de focos de un escenario llamado mundo al que nunca le tuvimos miedo, en el que bailamos al son de la lluvia, saludamos a los perros callejeros, nos paramos en más de un cajero y recitamos poemas de amor a una Luna que se hacía la sorda ante tanta insensatez.

Y en una de esas noches, tan bravas (y desgraciadas, tómese nota) en las que nos dieron tequila del malo, las burbujas subieron tanto, que de tan alto les perdimos la vista. Asomados al abismo, impacientes, sumidos en la opacidad de una noche helada y deprimida, (en la que irónicamente la mayor parte del tiempo nos descojonábamos), nos comíamos y, al rato, necesitábamos escupirnos para echar un trago de agua. Y pedimos ginebra de la buena para poder sudar el amor. Pero, al llegar la hambruna, cual niño que apura una piel de naranja en tiempos de posguerra, volvíamos a la carga.

Nunca quise dejarte, y (probablemente) nunca te dejé. Siempre dejamos la puerta de par en par, pero no nos convencía la idea de que el gato pudiese escapar. De modo que, tras jugarnos la dignidad un par de pares de veces, nos hicimos a la idea de que recorrer un camino junto a una sombra incapaz de cumplir sus promesas no era buena idea. Y era entonces cuando, intentando no volvernos locos, abríamos la ventana.

Pero contigo, los días de perros suelen ser menos perros. Y que se me pare el pulso si me atrevo a mentirte, a mentirme, y a mentir a quien pueda oírme, y digo que te odio. No te quiero, pero que me salga del cuerpo y se me seque la voz si algún día llego a odiarte. No es amor del bueno pero, un par de veces al mes, nos echamos de menos. Sin verbos amar, honrar ni respetar. Ni salud ni enfermedad. Somos simples paréntesis intentando sobrevivir entre tanta oda cursi al amor eterno. Y que la muerte no me separe de ti, sino de la vida. Y qué duda cabe, la vida es para jugar, y tú y yo siempre supimos darnos juego. Adoramos nuestras imperfecciones. Y lo diferente que eres al hacerme auténtica, sin corsés ni pestañas extra largas. Verme desnuda ante ti, qué bonita costumbre. Y declaro, sin titubeo, que siempre fue y será un placer zambullirme en el fango contigo, ya que sé (y sí que lo sé) que al final, sacaré la cabeza y respiraré en otros bares. Y en caso de arrepentirme de algo (cosa que dudo) me arrepentiré, cariño, de no haber hecho más barbaridades contigo.

¡Brindemos porque seguimos vivos!

Hasta (quién sabe cuándo) la próxima vez.




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