Días toledanos.
Y bajo nuestros pies,
el bello empedrado, peligroso y desgastado,
de una ciudad encantada,
a ratos fría, a ratos templada,
pero siempre generosa.
Días toledanos.
Pasos firmes, siempre cuesta arriba,
acompañada de tres bonitas flores.
Todo se nos antojó tan mágico
que nos sobraron adjetivos,
y el tiempo se nos fue de las manos.
Días toledanos.
Contemplamos el Ocaso
desde un lugar llamado felicidad.
Y el Sol, desganado y
pesaroso,
sin más remedio, se despidió
y se escondió ante nosotras.
Días toledanos.
Culturas entremezcladas,
ojos rasgados y curiosos,
cámara en mano.
Y el calor de forasteros venidos del norte,
sin peros, entre vermuts, nos arroparon.
Días toledanos.
Nos creímos heroínas
luchando por conquistar, casi sin esfuerzo,
cada rincón, cada esquina.
Lúpulo y cebada por estandarte,
y, en nuestras voces, un canto a la vida.
Días de letrillas improvisadas,
de vaivenes, de jaleo,
y de algún que otro traspiés.
Días inolvidables…
¡Felicidad, qué bonito nombre tienes!
No hay comentarios:
Publicar un comentario