Muerte por inanición
Otro día, y de nuevo me veo frente a un paraje moteado de flores
deslucidas, intentando, valientes, sobrevivir
al otoño. Las palabras me salen a trancas y a barrancas, flojas y desencantadas.
Estoy muy desmejorada desde la última vez que nos batimos en duelo por ser
héroe y vencedor en un campo de batalla que fue nuestra cama. Ya no me cepillo
el pelo. Ya no canto en la ducha. Ya no chispean mis ojos que un día fueron
luz, y que rieron al unísono contigo y con tu risa, una magistral mentira. Y yo,
malhumorada, recuerdo cuando luchábamos, enseñando los dientes, por no
compartir la almohada. Cuando, al olor de los últimos estertores de nuestra
historia, yo me hice con la indiferencia y la usé de escudo, semejante a ti,
para no parecer una loca enamorada.
En mis mejores días, me rozo, me huelo, me toco por sentir
algo, y cambian de color las marcas que has dejado en mis costados, crucifixión
anunciada, haciendo malabares entre mis ganas y la maldita sensación de soledad
que finalmente me ha dado caza. Transitando, equilibrista, por las horas lentas
y deslucidas por la ausencia. Eres tú y la ausencia, perfectamente combinados,
que me hacéis pequeña y frágil.
Paraje triste…
que es mi alcoba, el bar de enfrente, la cocina sin limpiar,
una calle abarrotada, una rotonda sin estatua,
el montón de ropa desordenada,
una playa, un molino hecho gigante,
un museo de cuadros de sonrisas inalcanzables…
Y así, podría eternizarme y nombrar cada rincón del planeta,
pues cualquier lugar puede ser un buen lugar para dejarme morir de hambre…
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