lunes, 28 de marzo de 2016

Muerte por inanición



Otro día, y de nuevo me veo frente a un paraje moteado 
de flores deslucidas,  intentando, valientes, sobrevivir al otoño. Las palabras me salen a trancas y a barrancas, flojas y desencantadas. Estoy muy desmejorada desde la última vez que nos batimos en duelo por ser héroe y vencedor en un campo de batalla que fue nuestra cama. Ya no me cepillo el pelo. Ya no canto en la ducha. Ya no chispean mis ojos que un día fueron luz, y que rieron al unísono contigo y con tu risa, una magistral mentira. Y yo, malhumorada, recuerdo cuando luchábamos, enseñando los dientes, por no compartir la almohada. Cuando, al olor de los últimos estertores de nuestra historia, yo me hice con la indiferencia y la usé de escudo, semejante a ti, para no parecer una loca enamorada.


En mis mejores días, me rozo, me huelo, me toco por sentir algo, y cambian de color las marcas que has dejado en mis costados, crucifixión anunciada, haciendo malabares entre mis ganas y la maldita sensación de soledad que finalmente me ha dado caza. Transitando, equilibrista, por las horas lentas y deslucidas por la ausencia. Eres tú y la ausencia, perfectamente combinados, que me hacéis pequeña y frágil.


Paraje triste…



que es mi alcoba, el bar de enfrente, la cocina sin limpiar,


una calle abarrotada, una rotonda sin estatua,


el montón de ropa desordenada,


una playa, un molino hecho gigante,


un museo de cuadros de sonrisas inalcanzables… 



Y así, podría eternizarme y nombrar cada rincón del planeta, pues cualquier lugar puede ser un buen lugar para dejarme morir de hambre…




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